La espiritualidad de Belén es, ante todo, una espiritualidad del Evangelio: nace en el pesebre, se arraiga en la Palabra y se despliega en una vida ofrecida al mundo.
El P. Georges Conus, uno de los veteranos de los Misioneros de Belén (SMB), nos abre aquí un camino para comprender esta espiritualidad. Suizo de origen, formado en el pequeño seminario SMB de Torry, en Friburgo, fue misionero durante muchos años en Haití. Hoy vive en Torry, donde es una fuente viva de la tradición de la comunidad para los jóvenes hermanos y sacerdotes-estudiantes. También continúa su servicio pastoral en la diócesis de Friburgo. En esta serie de artículos, comparte con profundidad y sencillez la esencia de la espiritualidad SMB: una espiritualidad bíblica, encarnada y enraizada en la vida concreta.
Nos llamamos “Misioneros de Belén” (SMB). A menudo, la gente nos pregunta si nuestra Casa Madre está en Belén. Pero no es así: nuestra comunidad está formada por sacerdotes y hermanos de Suiza y de regiones vecinas. Para nosotros, Belén no es tanto un lugar geográfico en Tierra Santa, sino un símbolo. Nos referimos con gusto a este lugar del nacimiento del Señor, que significa mucho para unos misioneros enviados a los cuatro rincones del mundo. Intentaré aquí desarrollar sus características esenciales.
La alegría de la Palabra de Dios nos impulsa a vivir con un corazón indiviso:
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
proclamo todas tus maravillas.
Me alegro y exulto en ti,
canto tu nombre, Altísimo.
(Salmo 9, 2-3)
A veces, absorbidos por la carga pastoral, nos desviamos de este aspecto esencial. Es bueno entonces recordar que Cristo comenzó su ministerio como el niño pequeño en el pesebre, en Belén.
El mundo tiene sed de Dios, aunque muchas veces no se dé cuenta de ello: cuando no nos sentimos aceptados tal como somos, la espiritualidad que nos conduce a la plenitud de Dios nace en el camino, como les ocurrió a los discípulos de Emaús.
Este testimonio hará visible a Dios en nuestro mundo para tantas personas que lo buscan. En verdad, no hay otro compromiso ni otro servicio misionero que conducir a los hombres hacia Dios y a Dios hacia los hombres.
La espiritualidad, de hecho, forma un todo: multicolor, pero unificado.
“Tantos cristianos occidentales sufren por la separación entre el mundo profano y el mundo religioso.”
– Mons. Proaño
Dondequiera que rompamos esta unidad, nos desgarramos a nosotros mismos, encerrándonos en la polarización. El compromiso misionero consiste, por tanto, en unir lo que está separado; de lo contrario, corremos el riesgo de caer en una especie de esquizofrenia espiritual, con el peligro de borrar la dimensión universal de la religión. Debemos mirar más allá de las fronteras, lo cual nos animará a vivir entre quienes están en situación de pobreza.
No olvidemos que una espiritualidad auténtica y plenamente vivida nos hace descubrir que Dios está del lado de los pobres (opción preferencial por los pobres, América Latina).
Esto nos comprometerá necesariamente con la justicia y el cambio estructural:
“La misión de reconciliación se confunde a menudo con una ideología de neutralidad. La clara separación entre fe y política podría ser simplemente una repetición moderna de la antigua división entre alma y cuerpo. Pero la Encarnación significa claramente la entrada de Dios en la carne de la realidad humana.”
– Card. Koch
Así, Dios se siente apasionadamente atraído por el ser humano, especialmente por el pobre. Obtendremos entonces la disponibilidad necesaria para tejer los hilos de Dios en este mundo y liberarnos de una espiritualidad del tener y del deber, inclinada a pesar y medir todo…
Si realmente queremos seguir a Cristo, debemos unir fe y compromiso social, es decir, una espiritualidad integral.
Continuará…
P. Georges Conus, SMB
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