Este domingo, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén se entrelaza con el anuncio de su Pasión. La liturgia nos sitúa ante esta paradoja desconcertante: el Cristo aclamado se convierte en el Cristo entregado. En la alegría de los ramos ya resuena el silencio de la cruz. Entremos juntos en este gran misterio, en la antesala de la Semana Santa.
«Cristo Jesús, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres.» (Flp 2, 6-7)
Dos escenas, un solo misterio
¡Qué contraste! El pueblo aclama a Jesús como rey, y pocos días después, pide su muerte. ¿Por qué la liturgia une dos momentos tan diferentes? Porque son las dos caras del mismo misterio: la gloria de Cristo pasa por la humillación. El Domingo de Ramos es la entrada en esta paradoja fecunda: el triunfo del amor pasa por la cruz.
«¡Bendito el que viene, el Rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto.» (Lc 19, 38)
El árbol del triunfo, el árbol de la cruz
San Antonio de Padua compara las ramas agitadas al recibir a Jesús en Jerusalén con el árbol de la cruz. La madera del triunfo anuncia ya la del sacrificio.
Nuestros ramos bendecidos no son solo signos festivos: apuntan al don supremo de Cristo en la cruz. Seguir a Jesús es caminar tras sus pasos hasta el Gólgota.
«Les aseguro que, si estos callan, gritarán las piedras.» (Lc 19, 40)
Aclamar a Jesús, sí, pero hasta el final. No solo en la emoción de la fiesta, sino en la prueba de la fidelidad. Al alzar los ramos, renovamos nuestro compromiso: acoger a Cristo en su gloria y en su sufrimiento, en su poder y en su despojo.
Oración del día
Señor Jesús,
entras en Jerusalén entre gritos de júbilo,
pero sabes que la cruz te espera.
Dame la gracia de seguirte con confianza,
en los días de luz y en las horas oscuras.
Haz de mi corazón un lugar de acogida para tu amor.
Y que mi fe te acompañe hasta la cruz. Amén.
Referencias bíblicas
- Lc 19, 28-40
- Flp 2, 5-11
Evangelio de Jesucristo según san Lucas
En aquel tiempo, Jesús caminaba delante de sus discípulos, subiendo hacia Jerusalén.
Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles:
«Vayan al pueblo que está enfrente. Al entrar encontrarán un burrito atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo.
Y si alguien les pregunta por qué lo desatan, respóndanle: “El Señor lo necesita”».
Los enviados partieron y encontraron todo tal como Jesús les había dicho.
Mientras desataban el burrito, los dueños les preguntaron:
«¿Por qué lo desatan?».
Ellos contestaron:
«El Señor lo necesita».
Llevaron el burrito a Jesús, pusieron sobre él sus mantos y lo ayudaron a montar.
Mientras avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino.
Cuando ya estaba cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzó a alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían visto.
Y decían:
«¡Bendito el que viene como Rey, en nombre del Señor!
Paz en el cielo y gloria en lo más alto del cielo».
Algunos fariseos que estaban entre la gente le dijeron:
«Maestro, reprende a tus discípulos».
Pero él respondió:
«Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras».
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Para meditar
- ¿Estoy dispuesto a seguir a Jesús hasta el final?
- ¿Cuál es mi respuesta a su amor entregado?
- ¿Mi corazón es un verdadero lugar de acogida para Él?
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