¿Dominar o servir? Esta es la alternativa que se desprende de las lecturas de este domingo. Es una decisión importante, ya que nuestra vida cotidiana puede depender de ella, para bien o para mal.
En la segunda lectura, Santiago nos advierte contra los celos, las rivalidades y la búsqueda de los primeros lugares, ya que son fuentes de discordia entre las personas y ponen en peligro nuestra vida cristiana.
Para ilustrar su argumento, Santiago menciona las disensiones y rivalidades que existían en su comunidad cristiana, con algunos que utilizaban todos los medios posibles para aplastar a los demás. El apóstol observa que esta actitud conduce inevitablemente a conflictos y al alejamiento de Dios. Incluso la oración se ve afectada, volviéndose mala e ineficaz.
Santiago nos recuerda que debemos dejarnos moldear y guiar por Dios, para convertirnos en artesanos de la paz, una paz construida sobre la rectitud, la tolerancia y la justicia.
Los artesanos de la paz siempre han sido necesarios, hoy más que nunca, ya que los conflictos de todo tipo son numerosos. Sin embargo, para convertirnos en sembradores de paz, debemos implorar la sabiduría de Dios, que es, ante todo, amor por el prójimo, olvido de uno mismo, disposición a acoger y búsqueda de la concordia, sin olvidar recurrir a la oración para descubrir el deseo de Dios sobre nosotros.
Estas reflexiones nos preparan para abrir nuestro corazón a la enseñanza que nos propone el Evangelio. Ante todo, nos ofrece una lección de humildad y de espíritu de servicio.
El contexto es bastante trágico: mientras Jesús anuncia su Pasión para la salvación del mundo, sus discípulos discuten entre ellos sobre quién de ellos es el más grande. Todavía sueñan con un reino terrenal y un ascenso que les traería prestigio y poder. ¿No es este un cuadro triste, que debemos tomar como una seria advertencia?
Jesús nos enseña que todos somos hijos del mismo Dios y Padre, y que cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar: el de servir, no el de dominar.
Para ilustrar estas palabras, Jesús realiza un gesto significativo: toma a un niño – símbolo de la debilidad – y lo abraza. Luego explica: quien se preocupa por los débiles, los pequeños, los pobres, aquellos que no cuentan para nada… en realidad, está recibiendo al propio Cristo, y a través de él, al Padre:
«El que recibe en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado.» (Marcos 9, 37).
Sabiduría 2, 12.17-20 / Santiago 3, 16 – 4, 3 / Marcos 9, 30-37
Lectura del santo Evangelio según San Marcos
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará». Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutían por el camino?» Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado».
Para las lecturas del día de hoy, consulte Vatican News.
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