Al meditar el pasaje de la pesca milagrosa, la Iglesia nos recuerda que, sin Cristo resucitado, nuestros esfuerzos son estériles. Pero con Él, todo es posible: renueva nuestras vidas, se hace presente en nuestros gestos más sencillos y nos une en una comunión viva.
Simón Pedro les dice: «Voy a pescar.» Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.» (Jn 21, 3)
Un regreso sin fruto a la vida anterior
El Evangelio de este día nos recuerda que los discípulos, después de la muerte de Jesús, volvieron a sus redes.
Durante tres años, Simón Pedro y los demás habían vivido una experiencia extraordinaria con Cristo. Habían estado con aquel que predicó a cinco mil en el monte de las Bienaventuranzas. Y ahora, tras su trágico final en Jerusalén, vuelven a ser simples pescadores.
Y ni siquiera eso les da resultado. El Evangelio dice claramente: «Aquella noche no pescaron nada.» Sin Jesús, nada tiene éxito. Absolutamente nada.
Un encuentro que lo cambia todo
Pero el Evangelio no nos deja en la tristeza. Nos narra un encuentro maravilloso, que transformará por completo la vida de los discípulos.
En la orilla del lago se encuentra un hombre que les pregunta si tienen algo de comer. Como su pesca ha sido inútil, no tienen nada que ofrecerle. Entonces, Él les dice que lancen la red a la derecha de la barca. ¡Y funciona! Pescan tantos peces que no pueden arrastrar la red.
Es entonces cuando el discípulo amado, Juan, reconoce a Jesús y le dice a Pedro: «¡Es el Señor!»
¿Por qué no lo reconocieron de inmediato?
Podemos preguntarnos por qué los discípulos no reconocieron a Jesús enseguida. Esta misma duda recorre todos los relatos de la resurrección en los Evangelios.
En el camino a Emaús, tampoco los dos discípulos lo reconocieron. San Lucas escribe: «Sus ojos no eran capaces de reconocerlo.» (Lc 24,16) Y fue solo al partir el pan cuando comprendieron quién era.
Del mismo modo, en el Evangelio de hoy, el momento de reconocimiento llega durante una comida compartida:
«Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio; e igualmente el pescado.» (Jn 21,13)
San Juan nos da una clave esencial: el Resucitado no se reconoce por su aspecto, sino por sus acciones salvadoras.
- En Emaús, se lo reconoce al partir el pan.
- A orillas del lago, se manifiesta en el gesto sencillo de compartir.
Esto abre la posibilidad del encuentro con Jesús hoy.
Una promesa para nuestro hoy
El milagro de la pesca en el lago de Tiberíades tiene aún mucho que decirnos: es el Señor quien da, y sus dones vienen de la plenitud de su amor.
Pero aún más importante es la comunión que nos ofrece. Cuando nos reunimos como Iglesia, para escuchar la Palabra de Dios y compartir el Pan de Vida, podemos estar seguros de que el Señor se manifestará también a nosotros.
Y nosotros también, como Juan, podremos reconocerlo con los ojos del amor y decir: «¡Es el Señor!»
Verdaderamente presente entre nosotros
Sí, podemos creerlo con confianza: cuando nos reunimos como Iglesia, no hacemos solo memoria de Jesús.
Él está verdaderamente en medio de nosotros, como en la orilla del lago de Genesaret.
Y con esta fe, junto a Simón Pedro y los demás discípulos, reconocemos: Sin Jesús, nada tiene éxito. Pero con Él, todo es posible.
Con Él, podemos caminar en la fe y ser testigos de su resurrección en el mundo. Amén. ¡Aleluya!
Oración del día
Señor Jesús,
vienes a nuestro encuentro en medio de nuestras fatigas y noches sin fruto.
Enséñanos a escucharte, a echar las redes según tu palabra,
y a reconocerte en el pan compartido y la comunidad reunida.
Danos, como a Juan, un corazón que ve con amor,
y como a Pedro, el valor de seguirte siempre.
Amén. ¡Aleluya!
Referencias bíblicas
- Juan 21, 1–14
- Apocalipsis 5, 11–14
- Hechos 5, 27b–32.40b–41
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan
En aquel tiempo,
Jesús se apareció otra vez a los discípulos
junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro,
Tomás, llamado el Mellizo,
Natanael, el de Caná de Galilea,
los hijos de Zebedeo
y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dice:
«Voy a pescar.»
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo.»
Salieron y subieron a la barca,
pero aquella noche no pescaron nada.
Estaba amaneciendo,
cuando Jesús se apareció en la orilla,
aunque los discípulos no sabían que era Él.
Jesús les dijo:
«Muchachos, ¿tenéis algo de comer?»
Ellos contestaron: «No».
Él les dijo:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.»
La echaron, y ya no podían arrastrarla
por la gran cantidad de peces.
El discípulo a quien Jesús amaba dijo entonces a Pedro:
«¡Es el Señor!»
Apenas oyó Simón Pedro que era el Señor,
se ciñó la túnica –pues estaba desnudo– y se tiró al agua.
Los demás discípulos fueron en la barca,
arrastrando la red con los peces,
pues no estaban lejos de la orilla,
sino a unos cien metros.
Al bajar a tierra,
vieron un fuego de brasas con pescado encima y pan.
Jesús les dijo:
«Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.»
Simón Pedro subió a la barca
y arrastró la red a tierra,
llena de ciento cincuenta y tres peces grandes.
Y, aunque eran tantos, la red no se rompió.
Jesús les dijo:
«Venid a desayunar.»
Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle:
«¿Quién eres tú?»
porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acercó,
tomó el pan
y se lo dio,
e igualmente el pescado.
Ésta fue la tercera vez
que Jesús resucitado de entre los muertos
se apareció a sus discípulos.
Para leer las lecturas del día, consulte Vatican News – 4 de mayo de 2025.
Para meditar
- ¿Estoy a veces tentado de “volver a mis redes”, como si Jesús ya no estuviera?
- ¿Trato de reconocer a Cristo en mis gestos cotidianos?
- ¿Confío en que su presencia lo transforma todo, incluso mis fracasos?
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