El texto sobre Cornel Dober es un prólogo del folleto «Korn, das in die Erde fällt. Sie gaben ihr Leben für andere» (‘El grano que cae en tierra. Dieron su vida por los demás’), que se presentará en el próximo ‘Intercambio’ de la SMB.
Presentamos aquí una traducción al español de este texto publicado el 3 de junio en el sitio web www.imbethlehem.ch.
La existencia misionera no está marcada por la gloria, sino por la locura y la impotencia de la Cruz, que asegura al creyente que Dios actúa poderosamente.
Cuando Cornel Dober escribió esta reflexión en 1956, apenas era consciente de que la impotencia de la Cruz se abatiría sobre él en forma de una muerte violenta doce años más tarde.
Cornel Dober nació el 31 de enero de 1927 en Küssnacht am Rigi. Era el tercer hijo de una familia de cinco hermanos. Su abuelo había vendido a Pierre Barral unas tierras donde, en 1921, se fundaron el Gimnasio Bethléem y la Sociedad Misionera de Bethléem.
Así fue como Cornel Dober pudo recibir su formación en el colegio secundario vecino, donde se recibió en 1947. Al terminar sus estudios, decidió dedicarse al servicio misionero.
Después del año de prueba en el seminario misionero de Schöneck, se incorporó a la Sociedad Misionera de Bethléem en 1948. Christianus Caminada, obispo de Coira, lo ordenó sacerdote el Domingo de Ramos, el 11 de abril de 1954, en Stans. Seis meses más tarde, fue enviado en misión a la diócesis de Gweru, en Zimbabue.
Debido a su compromiso con los pobres, muchos lo llamaban «el Martín de Porres de Gweru». Su profundo conocimiento de las costumbres y condiciones de vida, su celo pastoral y su amor por los africanos le abrieron sus corazones.
Cinco años después, el obispo lo nombró superior de la Misión Principal de Driefontein. Gracias a su diplomacia, su humor y su talento particular para la mediación, logró crear una verdadera cohesión entre los diversos grupos en Driefontein: los compañeros, las hermanas indígenas, los maestros y los aprendices en los talleres, los trabajadores en la granja misionera, el personal y los enfermos de tuberculosis en el sanatorio, los estudiantes de la escuela misionera y los nuevos misioneros en la casa regional.
Su eficacia y celo llevaron al obispo a nombrarlo miembro del consejo episcopal, y sus compañeros lo eligieron para el consejo regional. A partir de 1966, fue responsable del decanato de Chilimanzi y, en 1967, representó a la región como delegado en el Capítulo. Su trabajo también fue apreciado en varios otros comités. Como miembro de la Comisión Litúrgica Diocesana y Nacional, Cornel adaptó la misión católica suisa a la cultura local de aquel país africano y contribuyó a la renovación litúrgicas. Le daba especial importancia a una liturgia funeraria adaptada.
Sin embargo, este trabajo comprometido y apreciado, que generaba tantas esperanzas, fue bruscamente interrumpido. La tarde del 14 de enero de 1969, un joven africano se presentó en la misión pidiendo administrar la unción de los enfermos a un familiar moribundo. Cornel Dober estaba dispuesto a prestar este servicio. El joven se subió a la parte trasera de la moto e indicó el camino. A unos cinco kilómetros de la Misión, el pasajero clavó un cuchillo en la carótida del misionero, le arrebató el reloj y el manojo de llaves que daba acceso a la estación misionera, y desapareció en la selva. El móvil del crimen era evidentemente el dinero de la misión.
Cornel Dober intentó detener la hemorragia con su pañuelo y regresar a la Misión. Pero sus fuerzas disminuyeron rápidamente. Se recostó y se desangró, llevando todavía consigo la Eucaristía. Un niño que pasaba por allí informó a una mujer en una tienda cercana. Ella alertó a la Misión. Pero la ayuda llegó demasiado tarde; el médico de la misión solo pudo constatar el fallecimiento.
El funeral en el cementerio de la Misión de Driefontein fue un testimonio de la población local hacia su misionero, a quien pronto comenzaron a venerar como un santo.
Un compañero trató de entender lo que desencadenó esta muerte: ¿por qué debe ocurrir algo así? Pero su muerte nunca podría haber coronado mejor su vida. Cornel Dober no calculaba, daba y ayudaba sin medida. En este país, un misionero es llamado a ayudar a cada hora. Algunos se cansan y ponen una coraza alrededor de su corazón. No fue el caso de Cornel Dober. Lo único que se le podía reprochar era ser demasiado bueno. En su locura, lo dio todo, incluyendo su joven sangre. Y en esa locura, Cristo estaba literalmente con él en su pecho, mientras agonizaba en la selva: dos amigos inseparables.
Fue en esta comunión con Cristo que Cornel Dober escribió doce años antes de su muerte, inspirándose en el apóstol Pablo:
«La impotencia del apóstol y del misionero es una participación en la angustia y el sufrimiento del mismo Señor del Evangelio. La impotencia del apóstol es una comunión de muerte con Cristo, porque el apostolado significa compartir el destino de Cristo. Así, en la vida del misionero, en su perseverancia y en su victoria sobre la impotencia, la vida de Jesús se hace visible, como la obra del poder soberano de Dios.»
El compañero Albert Plangger observa que la muerte violenta de Cornel Dober reunió a los misioneros bajo la Cruz como ningún otro evento en la historia de más de treinta años de presencia misionera en Zimbabue, ya que la misión conduce tarde o temprano a la pasión.
Según las categorías bíblicas, el siervo de Dios debe sufrir… Pero ahora que uno de los nuestros ha sido apuñalado hasta la muerte, todos estamos profundamente afectados por un acto tan brutal e insensato. La fe debe darnos la fuerza para ir más allá y ver en esto un misterio significativo, estrechamente ligado a la pasión y muerte del Cristo redentor.
La Pasión no es solo el resultado, sino también, en cierto modo, el punto culminante de toda misión. Solo así la misión se vuelve fructífera y la cruz permanecerá hasta el cumplimiento…
La misión también significa el don de uno mismo, ya sea de manera pacífica o violenta, pero sigue siendo, ante todo, una ofrenda.
Josef Werlen SMB / Ernstpeter Heiniger SMB
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